Máxima Detectives Privados

DETECTIVES DE NOVELA

DETECTIVES PRIVADOS EN OVIEDO

Hablábamos en nuestra última entrada de los estereotipos que inevitablemente acompañan al detective privado. La habilidad para averiguar los secretos ajenos es uno de ellos. Pero también lo es la capacidad deductiva. Irremediablemente asociada a la imagen del detective privado desde los tiempos de Sir Arthur Conan Doyle  y su inmortal Sherlock Holmes. Aunque en puridad deberíamos hablar de la capacidad inductiva del detective. Es decir, la posibilidad de construir un enunciado general a partir de evidencias aparentemente circunstanciales, puestas en relación hasta conducirnos a aseveraciones del tipo: A es culpable de haber matado a B.

Es bien cierto que la realidad de un detective privado en Oviedo, por poner un ejemplo, se aleja bastante de esos tópicos literarios o cinematográficos. Pero no por ello esos personajes de ficción dejan de influir en el concepto que a priori mucha gente puede formarse de la profesión del investigador privado. De modo que en Máxima Detectives no podemos resistirnos a pasar una breve revista a la nómina de detectives privados ficticios que en el mundo han sido. Y  son.

Deslumbrados por la celebridad alcanzada en día por Sherlock Holmes – hasta el punto de que su creador, después de matar al personaje, se vio obligado a resucitarlo – pocos reconocen el papel de precursor y paradigma de detectives que corresponde a Auguste Dupin. Este personaje inmortal de Edgar Allan Poe, aparece por primera vez en su obra «Los Crímenes de la Rue Morgue» de 1841, considerado el primer relato policíaco de todos los tiempos, y alcanza su plenitud en un relato tan original como posteriormente imitado como lo es «La Carta Robada» de 1844. Su aguda inteligencia y la elaborada construcción de sus razonamientos para llegar a introducirse en la mente del delincuente, forman parte de la imagen del detective privado que se ha transmitido hasta nuestros días. Así, en el último relato citado – tan querido por otros autores como Borges – Dupin consigue encontrar una importante y reveladora carta que la policía se reconocía incapaz de hallar tras el infructuoso e intenso registro de la casa de quien presuntamente la había robado y mantenía en su poder. Y lo hace deduciendo que en lugar de esconderla, el presunto delincuente la habría dejado completamente a la vista, donde nadie la buscaría, sobre la repisa de la chimenea, como así sucedió. Sencillo, pero genial. Y esa es la huella de genialidad, mezclada con algunas dosis de extravagancia o misantropía, que recorrerían mucho después notables detectives como el ya citado Holmes o la prolífica criatura de Agatha Christie, de innegables resonancias dupinianias que fue Hércules Poirot.

Y no podemos cerrar este pequeño homenaje, desde Máxima Detectives en Oviedo, sin hacer mención a la particular bonhomía y agudeza que transpira un detective tan atípico como el Padre Brown, creación de G.K. Chesterton, o nuestro más cercano y expeditivo Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán. A los que quizá cabría añadir, por no hablar de los contemporáneos, a aquellos detectives ocasionales y completamente aficionados que nos han regalado relatos de humor tan desternillantes como «El Misterio de la Cripta Embrujada» de  Eduardo Mendoza o «Lo mejor que le puede pasar a un cruasán» de Pablo Tusset. Ambientadas ambas novelas en una hoy casi irreconocible Barcelona, que no deja de tener resonancias en ciudades tan literarias como puede ser Oviedo, salvando las debidas distancias.

A todos ellos, los detectives privados de carne y hueso les debemos buena parte de ese halo de romanticismo que, para bien o para mal,  aún rodea a nuestra profesión. Y desde Máxima Detectives no podemos dejar de reconocérselo.

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